15 de junio de 2015

21 DE JUNIO: ¡GRAN SIEMBRA MUNDIAL DE LIBROS!


Desde Soñando Cuentos nos queremos sumar a la iniciativa del estupendo evento que organiza El Club de los Libros Perdidos: LA XII GRAN SIEMBRA MUNDIAL DE LIBROS, una actividad en la que ya han participado más de un millón de personas de países de todo el mundo, como Argentina, Uruguay, México, Japón, Canadá, Irlanda, España, Costa Rica, Chile, Perú, EEUU, Alemania, Italia, Inglaterra, entre otros muchos países.

Participar es muy simple, cualquiera puede hacerlo en cualquier pueblo o ciudad ya que solo se necesita un libro y ganas de querer regalarlo a alguien que no conoces, para sembrar así la lectura por cualquier parte. Regalar un libro a alguien es regalar un tesoro. Un simple libro que tenemos olvidado en una estantería que quizás ya ni recordabas, puede despertar en quien lo encuentre las ansias de lectura, ¿no es maravilloso? 

¿Cómo se puede participar?


Para participar en esta siembra mundial de libros la idea es "sembrar" (dejar) un libro en un espacio público (cafetería, autobús, cine, etc...) el día 21 de junio de 2015, día de comienzo de la nueva estación.  
El libro que dejemos en dicho espacio público llevará una dedicatoria en una de sus páginas que indique:

- Que el libro forma parte de "El Club de los Libros Perdidos".

- Que es de quien lo encuentre pero que al finalizar su lectura deberá ser liberado, para que pueda ser disfrutado por otras personas nuevamente.

- El día y el lugar en dónde fue perdido, así en cada liberación sera posible saber por dónde ha viajado.

(ejemplo de una dedicatoria)

¿Os animáis a participar? Nosotros, sin duda, vamos a hacerlo...

En el Club de los Libros perdidos nos dejan como regalo un hermoso cuento oriental que puede servir muy bien como lectura en estos días de fin de curso. Se puede poner en un tablón de la biblioteca, en los atriles de lectura... o leerlo con sentimiento para que se convierta en un tesoro.

"El sembrador de dátiles"
En un oasis escondido entre los más lejanos paisajes del desierto, se encontraba el viejo Eliahu de rodillas, a un costado de algunas palmeras datileras. Su vecino Hakim, el acaudalado mercader, se detuvo en el oasis a abrevar sus camellos y vio a Eliahu sudando, mientras parecía cavar en la arena.
-¿Qué tal anciano? La paz sea contigo.
- Contigo -contestó Eliahu sin dejar su tarea.
-¿Qué haces aquí, con esta temperatura, y esa pala en las manos?
-Siembro -contestó el viejo.
-¿Qué siembras aquí, Eliahu?
-Dátiles -respondió Eliahu mientras señalaba a su alrededor el palmar.
-¡Dátiles!! -repitió el recién llegado, y cerró los ojos como quien escucha la mayor estupidez.
-El calor te ha dañado el cerebro, querido amigo. Ven, deja esa tarea y vamos a la tienda a beber una copa de zumo fresco.
- No, debo terminar la siembra. Luego si quieres, beberemos...
-Dime, amigo: ¿cuántos años tienes?
-No sé... sesenta, setenta, ochenta, no sé.. lo he olvidado... pero eso, ¿qué importa?
-Mira, amigo, los datileros tardan más de cincuenta años en crecer y recién después de ser palmeras adultas están en condiciones de dar frutos. Yo no estoy deseándote el mal y lo sabes, ojalá vivas hasta los ciento un años, pero tú sabes que difícilmente puedas llegar a cosechar algo de lo que hoy siembras. Deja eso y ven conmigo.
-Mira, Hakim, yo comí los dátiles que otro sembró, otro que tampoco soñó con probar esos dátiles. Yo siembro hoy, para que otros puedan comer mañana los dátiles que hoy planto... y aunque solo fuera en honor de aquel desconocido, vale la pena terminar mi tarea.
-Me has dado una gran lección, Eliahu, déjame que te pague con una bolsa de monedas esta enseñanza que hoy me diste - y diciendo esto, Hakim le puso en la mano al viejo una bolsa de cuero.
-Te agradezco tus monedas, amigo. Ya ves, a veces pasa esto: tú me pronosticabas que no llegaría a cosechar lo que sembrara. Parecía cierto y sin embargo, mira, todavía no termino de sembrar y ya coseché una bolsa de monedas y la gratitud de un amigo.
-Tu sabiduría me asombra, anciano. Esta es la segunda gran lección que me das hoy y es quizás más importante que la primera. Déjame pues que pague también esta lección con otra bolsa de monedas.
-Y a veces pasa esto -siguió el anciano y extendió la mano mirando las dos bolsas de monedas-: sembré para no cosechar y antes de terminar de sembrar ya coseché no solo una, sino dos veces.
-Ya basta, viejo, no sigas hablando. Si sigues enseñándome cosas tengo miedo de que no me alcance toda mi fortuna para pagarte...
                (Jorge Bucay, "Cuentos para pensar")